Explorando Cayo Levisa Cuba - Magia en el Caribe
Hay muchos lugares que podrían haber sido la verdadera inspiración de La isla del tesoro, la famosa novela de Robert Louis Stevenson. Cayo Levisa es sin duda uno de ellos y creo que ninguna imagen mejor podría resumir la magia de este pequeño islote frente a la costa de la provincia de Pinar del Río, al oeste de La Habana.
Tal era el sentimiento que nos acompañó todo el camino hasta Cayo Levisa, especialmente a los pocos del grupo que tendrían su primera experiencia en la isla: aventura, misterio e incluso, ¿quién lo iba a decir?, el lugar del tesoro enterrado del Capitán Flint. Tanto adultos como niños estábamos muy emocionados al subir al minibús en La Habana. Conducir hasta Cayo Levisa le llevará por algunos de los valles más hermosos de Cuba. Pinar del Río, la provincia que limita con La Habana y se extiende hasta el extremo occidental de la isla, es conocida por su belleza natural y por albergar las mejores plantaciones de tabaco del mundo. Pero nuestro destino estaba en la costa, así que tuvimos que dejar la autopista y tomar una carretera de montaña que rápidamente nos rodeó de un paisaje verde y salvaje. La frondosa selva tropical se veía interrumpida aquí y allá por un par de casas, un puesto médico y una escuela pública donde todos los niños uniformados nos saludaban desde el arcén de la carretera.
Cayo Levisa está frente a la costa y sólo se puede llegar por mar. Hay un ferry operado por el Estado dos veces al día, así que normalmente hay que planear el viaje en consecuencia. No obstante, hay otras embarcaciones disponibles para transportes no regulares, por lo que es bueno saber que uno no se quedará varado en una isla sin opciones de salir.
Como teníamos el viaje bien organizado, llegamos al ferry a tiempo. En la terminal, un pequeño bar ofrece un lugar donde refrescarse y escuchar las historias de los pescadores locales sobre los delfines que se pueden encontrar, los arrecifes de coral que hay más adelante y el gigantesco marlín que uno pescó el día anterior. El ferry no es muy moderno, pero en Cuba nada lo es. No obstante, estaba operativo y contaba con todo el equipo de seguridad necesario para afrontar una emergencia. Esto se comprobó inadvertidamente cuando el sombrero de paja de uno de nuestros amigos voló por la borda. Al ver que el sombrero se alejaba, el capitán no dudó y dio la vuelta al barco para recuperarlo. Todos en el barco aplaudieron mientras el capitán sacaba el sombrero con un arpón de gran tamaño. Este momento hilarante puso a todos de humor para la llegada a la isla.
La primera impresión de Levisa, hay que reconocerlo, es un poco decepcionante, pues sólo se ve un embarcadero rodeado de manglares y un suelo fangoso y pantanoso, sin un solo grano de arena a la vista. Uno se pregunta dónde está el paraíso prometido, mientras recorremos los tablones de madera a través del islote. Entonces, pasados los últimos árboles, te golpea, como una obra de arte: el mar verde, la arena dorada y la magnífica puesta de sol. El hotel es un pequeño complejo de 33 bungalows en primera línea de playa, con un pequeño restaurante y un bar al aire libre, donde nos recibió un personal muy atento y nos obsequiaron con un cóctel cubano.
El check-in se realizó sin contratiempos y a tiempo para disfrutar de la puesta de sol. El sol se tiñó de rojo, contrastando con el esmeralda del océano. Nos quedamos mirando el cielo ardiente en un profundo silencio, sobrecogidos por la belleza de este escenario. La playa, el mar y una piña colada; estábamos en el paraíso.
Cayo Levisa es un lugar familiar, donde los niños se sienten completamente libres, liberando al Robinson Crusoe que llevan dentro. Los mayores explorarían la isla, construirían cabañas e irían de pesca. Los más pequeños jugaban en la arena, construyendo castillos o cavando hoyos. Luego, todos se lanzaban al mar, donde el agua tibia, tranquila como una piscina, siempre les llamaba. Es un lugar de felicidad y relajación, donde los padres no sienten la presión de la vigilancia constante y pueden simplemente disfrutar de las sonrisas de sus hijos.
Aquí se puede disfrutar de los placeres sencillos de la vida: un paseo por la playa, el libro que tanto tiempo lleva esperando, un daiquiri con los pies en el mar. El dolce fare niente que los italianos transformaron en una forma de arte. Los más aventureros salían a dar un paseo en catamarán, a hacer snorkel o a bucear. La pesca de altura también era una opción, con el personal de cocina listo para preparar la captura del día.
En lo que a mí respecta, los paseos a media mañana por la playa eran los más agradables. Caminábamos hasta la punta de la isla y contemplábamos el océano, completamente solos, en nuestra playa privada. A la hora de comer nos reuníamos todo el grupo. El personal del bar preparaba una gran mesa donde compartíamos nuestras aventuras matutinas y planeábamos las actividades de la tarde, ya fuera un paseo en barca de pedales o un partido competitivo de voley-playa, o con frecuencia nada de lo anterior, pues acabábamos simplemente hablando, explorando la carta de cócteles del bar y disfrutando sin más del ambiente sin estrés de Cayo Levisa, un mundo aparte de las preocupaciones de la vida cotidiana, los horarios de 9 a 5 y los atascos de tráfico.
Al caer la noche, volveríamos a reunirnos para ver la puesta de sol. Realmente hay que verla, pues te hace preguntarte si la dibujó un artista superior para esa ocasión especial. Nuestra única preocupación era asegurarnos de que el barman supiera qué ron servirnos en nuestros daiquiris y mojitos. Las noches terminan bastante pronto, pues en la isla no hay discotecas ni clubes de salsa. Los noctámbulos tenían que improvisar en la playa con un par de cervezas o una botella de vino, la música de un portátil y el ambiente. Se podía charlar, jugar o simplemente escuchar el sonido de las olas que invitaban al baño. Y sí, uno puede bañarse en el océano por la noche, pues la temperatura del agua siempre es agradable.
Lo mejor de Cayo Levisa tendría que ser el despertarme con el sonido de las olas. Sólo pensar que lo único que tenía que hacer era abrir la puerta de la habitación y encontraría el océano a pocos metros, me ponía inmediatamente de buen humor. Al salir de la habitación, allí estaba, la arena blanca, el agua azul, los niños correteando, jugando y nadando en permanente alegría.
Pero incluso en una isla tropical no todo es perfecto, y es bueno saber que Cuba cuenta con uno de los servicios de Protección Civil más impresionantes del mundo. Dicho esto, y aunque estábamos en una isla, todos nos sentimos bastante seguros en Cayo Levisa. En una ocasión, cuando estábamos frente a la costa en un bote a pedales, de repente apareció una tormenta con fuertes chubascos y vientos huracanados. Cuando intentamos volver a tierra, el viento nos hizo retroceder, haciendo inútiles nuestros esfuerzos. Para los niños que nos acompañaban, no fue más que una aventura. Yo, en cambio, empezaba a sentirme un poco aprensivo, pues temía que no nos resultara fácil volver a la playa. Afortunadamente, el rescate estaba en camino. Los socorristas, rápidos en responder, nos remolcaron de vuelta a la orilla.
En otra ocasión, uno de nuestros amigos se lesionó la espalda jugando al voleibol. Lo que aparentemente era una lesión menor, acabó revelándose como un problema más grave. Al caer la noche y aumentar el dolor, pensamos en evacuarlo a un hospital del continente. Pero el médico del hotel, que estaba allí permanentemente, le atendió bien y pudo administrarle una dosis de relajantes musculares y analgésicos que le garantizaron un sueño reparador. Al final, todo salió bien y pudo regresar a La Habana a la mañana siguiente.
Volver a La Habana fue duro. Despedirse del personal del hotel fue como decir adiós a una familia con la que no es seguro que te vuelvas a encontrar pronto. Pero eso es parte del encanto de Cayo Levisa, acabas adquiriendo una cierta afinidad con su paradero y su gente, que seguramente echaríamos de menos al volver a casa. Aun así, en el fondo sabíamos que no era un adiós de verdad. Quizá un "hasta luego"; lo más probable, un "hasta pronto". En cualquier caso, seguro que es una experiencia que todos queremos volver a vivir.
Principales lugares de interés
Cayo Levisa, en Cuba, es una de las islas que componen el archipiélago de Las Coloradas, en el oeste de Cuba.
Situado en la costa norte de Pinar del Río y a sólo 2 km de tierra firme, esta pequeña isla (cayo, como se la conoce en Cuba) tiene apenas una superficie de 2,5 km² pero cuenta con una magnífica playa que se extiende por toda su costa norte en una longitud de 2.500 metros y con la magia de su relativo aislamiento, ya que sólo se comunica con tierra a través de embarcaciones. A Cayo Levisa se llega en barco desde Palma Rubia (municipio de La Palma), en un agradable trayecto que puede durar unos 20 minutos.
La única manera de llegar a Cayo LevisaCon sólo 2,5 kilómetros cuadrados de superficie, se llega en ferry desde el pequeño puerto de Palma Rubia, un barco con 3 servicios diarios de ida y vuelta. Sólo esto ya da una idea del tipo de lugar que es: remoto, paradisíaco, tranquilo. Si a esto le añadimos que sólo hay un hotel en la isla y que la carretera a Palma Rubia no es la mejor del mundo, os podéis imaginar la sensación de aislamiento de todo que pudimos sentir.
- Hotel Cayo Levisa Cuba
- Palma Rubia
- Restaurante Paraíso
- Villa Cayo Levisa Cuba
Además de la excelente playa -sin urbanizaciones y casi totalmente solitaria aunque con alojamientos y comodidades de primera clase- en el cayo también se puede practicar entre otros deportes marinos el buceo y snokerling en la barrera de coral que lo flanquea por el norte a unos 2000 metros de su costa, con formaciones coralinas bien conservadas que cuentan con una masiva colonia de estrellas de mar ygorgonias y una abundante y variada fauna marina.
Estos arrecifes de coral forman parte de la barrera de coral de Los Colorados, una de las mayores del mundo y considerada entre las mejores del Caribe. Existe un centro de buceo con la experiencia y el equipo adecuados que además cumple con las normas internacionales para garantizar la máxima seguridad en una actividad no exenta de peligro y desde el que se pueden visitar los 15 puntos de inmersión que se exploran.